domingo, 12 de febrero de 2012

"El primer gobierno de la democracia"

Por Mariano Cabrero
Fuente Original: Data Reg


Adolfo Suárez ex presidente del Ejecutivo español. Y es que el primer gobierno de la democracia española salida de las urnas (15 de julio de 1977), fue presidido por Adolfo Suárez (UCD). Pero en mi humilde opinión se pagó un preció muy alto: la creación de las ‘17 autonomías españolas, cuyos presidentes actuales los considero como ‘Virreyes': la democracia tenía un precio. 

Y así es que, los que depositamos nuestros votos en las urnas, nos equivocamos muchas veces, puesto que en nuestro sistema actual de votación no nos permite votar a las personas, y sí a los partidos políticos( quienes se debían de financiar por sus propios medios). Entiende uno que, sin duda, muchos de nosotros tenemos fe y más información de las personas que de los partidos políticos operantes en España. 

Nuestra incipiente democracia, y así ocurre con otras democracias, lleva inherente en sí misma un impedimento o peligro en el que estamos cayendo últimamente: trasladamos el concepto de democracia (libertad) a todas nuestras intervenciones personales, sean o no sean políticas. Yo puedo hacer..., yo tengo razón para..., yo estoy amparado por..., yo necesito una casa para..., etc.etc. 

Mas ninguno de nosotros, o posiblemente el que suscribe así lo cree, podemos decir que, aún siendo imperfecto el concepto de ‘democracia', es el sistema menos malo para la buena gobernabilidad de los países. 

No obstante, lo substancial de una democracia, y a mi modesto entender, consiste en que, los ciudadanos–con sus votos–, han elegido, y por un período de tiempo, a quienes pretenden que les gobiernen: bien, regular o mal..., pero que les gobiernen hasta las próximas elecciones generales. Cuando no estamos conformes con los resultados de las votaciones, sin duda, tendremos que esperar para volver a votar a las personas que creemos más idóneas para representarnos, y digo personas, que no partidos políticos a quienes en la actualidad estamos votando en España. 

Sin embargo, los gobernantes que salgan elegidos pasarán–como lo hacen las aguas de cualquier río al desembocar en el mar–. Y es que también pasó Hitler( ese enfermizo y lunático hombre político), quien llegó al poder mediante las urnas y los pactos: urnas y votos, pactos y votos...Todo se aprende en una asignatura ,que la tenemos que tener siempre al día: El arte de la política, porque la política es un arte: el arte de hacer felices a los demás, el arte de beneficiar a la sociedad a la que se está gobernado, el arte de no engañar a los votantes, el arte de declarar los bienes patrimoniales cuando se entra a gobernar y cuando se sale( equivale a ser honestos y honrados)... Pero uno se pregunta si nuestros gobernantes españoles actuales (incluyendo al jefe de la Oposición) no estarán olvidando esa asignatura pendiente de ‘El arte de la política': Quizá uno se equivoca, y lo hago muchas veces al día, y éste consista en salir con los bolsillos llenos de ideas y promesas no cum! 
plidas y rotos por el peso que conllevan..., y ya me callo. 

(Este ‘Arte de la Política', y como Dios manda, lo practicó Barack Obama, quien salio elegido ‘44. º Presidente de los Estados Unidos de América', mediante las urnas, y estas urnas nos dijeron: Ya nadie tendrá la osadía de preguntar por "ese negro" de la Casa Blanca, porque el elegido presidente, y en su fuero interno, presuntamente pudo pensar: "Si preguntan por mi, me llamo Barack Obama".) 

"Las 17 autonomías españolas..." 

Y es que el primer gobierno de la democracia española salida de las urnas (15 de julio de 1977), fue presidido por Adolfo Suárez (UCD). Pero en mi humilde opinión se pagó un preció muy alto: la creación de las ‘17 autonomías españolas, cuyos presidentes actuales los considero como ‘Virreyes': la democracia tenía un precio. 

Ellos si saben cómo vivir La vida..., pero no se acuerdan de los parados, de los sin techo, de los desheredados de la fortuna, de los militares que fallecen en guerras que no tienen justificación: Irak, Afganistán... (Quizá éstas le interesen a los EE UU, por ser el primer productor de armas del mundo). 

Debo recordar, pues así me lo dicta mi memoria que, siendo los hombres/mujeres políticos actuales poco preparados: algunos no alcanzan el nivel natural de bachillerato (no obstante, se puede ser persona sin tener muchas luces), todos nuestros gobernantes y los políticos en la oposición saben, cuando jóvenes, afiliarse al partido político de turno (PSOE, PP, CiU...), y dejar pasar loas años... para jubilarse tranquilamente sin miedo a lo desconocido: ¡El terrible paro obrero! 

No hay más que ir y esperar. Esperar y ver cuando salen los políticos de esos lujosos edificios donde se asientan las autonomías españolas (en número de diecisiete, que existen en nuestra "España pobre"). Ellos y ellas elegantemente vestidos como jamás pensaron: con trajes de alpaca los primeros, con modelos ‘loewe' las segundas: todos, desde luego, últimos modelos, y pagados con los dineros de los contribuyentes españoles. ¡Bonito panorama el que describo! Son, sin duda, historias para no dormir. 

Y vuelve uno a insistir: Puede que hoy me haya levantado con el pie izquierdo. Y os digo más: sé qué existen políticos/ as honrados/ as en nuestra geografía española: no lo pongo en duda, ¡faltaría más! Pero continúo diciendo: sé que la democracia-como forma de gobierno menos mala-debe ser dirigida por políticos, pero prefiero que estos últimos sean honrados y honestos. Sé qué que para aceptar nuestra incipiente democracia nacida en 1978, y todos lo sabemos, hubo que aceptar el establecimiento de 17 autonomías y dos ciudades autónomas( Ceuta y Melilla), las cuales han resultado ser, económicamente hablando, nefastas para España y sus ciudadanos. ¡Qué costosas nos están saliendo unas y otras! Tenemos 17 virreyes en la Península Ibérica. 

Pues hablando de nuestros políticos de turno todos esperábamos de ellos (oposición incluida)) que fueran unos buenos gestores de la ‘cosa pública, unos buenos administradores, unos excelentes parlamentarios...En fin: líderes que estuvieran en la vida política por su estima y competencia en la vida privada, y esto me parece que no está así ahora, y en España 

Sí sabrán nuestros actuales gobernantes y políticos de la oposición, en cualquier caso, cómo vivir la vida sin dar ni golpe-salvo raras excepciones-, pernoctando, en este valle de lágrimas, a cuerpo de rey, y jubilarse-dejando pasar el reloj del tiempo, que marcará nuestras perecederas vidas. ¡Viva la vida! 

Deberían existir unas elecciones primarias dentro de los partidos políticos actuales españoles, para después poder votar, y en las ‘Elecciones Generales' , mediante el sistema de listas abiertas: Ésta entiende uno, que sería una democracia totalmente libre: Qué no tuviese poder sobre el sistema judicial, qué no tuviese poder sobre la TVE, qué implantase, y de una vez por todas, el idioma español como herramienta principal para la enseñanza( respetando los demás idiomas autonómicos: catalán, vasco, gallego...etc.etc. Enseñando los anteriores mediante una gramática de los mismos, para su conocimiento y desarrollo). 

"Quiero que mis hijos sepan castellano y catalán, pero también alemán e inglés", declaró el bueno de Montilla (Josep, José y nacido en Córdoba) a Onda Cero. Y sus hijos lo pueden hacer en el Colegio Alemán, pues Montilla tiene euros suficientes para poder pagar. 

Por su parte Anna Hernández Bonancial no se quedó corta al respecto, declarando que dos de sus tres hijos gemelos van al ‘Colegio Alemán'. Al final manifestó: "Los niños saldrán de allí dominando perfectamente el alemán y el inglés". Y uno dice: Los demás españoles y catalanes, aunque algunos prefieran ser antes catalanes que españoles, tendrán que estudiar todas sus asignaturas en idioma catalán: les vendrá muy bien el saberlo en profundidad, para cuando se dirijan a la Comunidad Europea. 

Así es España amigos míos, todos unidos y cada uno hace lo que quiere y desea en su comunidad autónoma. Pero claro esta: todo dentro de la ley… 

La memoria de todos

Por Pedro Aparicio

...me dirigí a Adolfo Suárez, impulsado por el afecto que sentía hacia él y que había aumentado tras la injusta desconsideración con que le despidió una opinión pública voluble, manejable y despiadada

El olvido, ese emisario de la muerte, ha invadido la deshabitada existencia de Adolfo Suárez. Yo soy uno de los 'conquistados' por el encanto personal de quien fue un presidente tenaz y valeroso. Al comenzar los años ochenta hablábamos por teléfono un par de veces al mes. Ante cualquier problema municipal me llamaba él y, si era yo quien le necesitaba, le tenía al aparato antes de un minuto. Aclaro que, obviamente, no era al alcalde de Málaga a quien el presidente del Gobierno atendía -aunque alguna vez aproveché la ocasión para asuntos de mi ciudad- sino al representante de los ayuntamientos, pues mis colegas me habían elegido presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias. Gracias a la intervención personal de Suárez solucionamos muchas urgencias municipales. 

Pero fue al conocernos personalmente, cuando Suárez me sedujo. Fue un domingo en el Parador del Golf. El presidente venía a Málaga para almorzar con los suyos de la Unión de Centro Democrático andaluza, que celebraban así una victoria electoral. Su gabinete me había invitado días antes -«aunque va a una reunión con su partido, el presidente quisiera saludarle un momento al llegar»- así que acepté la cita, resignado a afeitarme y encorbatarme ¿un domingo más!, pero bien dispuesto a corresponder a su cortesía saludándole durante un par de minutos. 

Dos centenares de directivos regionales y locales, senadores, diputados y alcaldes de UCD, y yo con ellos, esperábamos al presidente en el Parador. La espera era larga a causa de un retraso en el vuelo. Por fin, pasadas las dos de la tarde y entre un revuelo de periodistas y flaxes, entra Adolfo Suárez con su sonrisa y su impecable camisa blanca. Todos se adelantan hacia él mientras yo permanezco, pues así lo creo prudente, en una segunda o tercera fila. Cuando se hace algún silencio, lo primero que dice Suárez es: «¿ha venido el alcalde?», y cuando los demás asienten y me señalan, me saluda amistosamente por mi nombre de pila y ante mi sorpresa, y quizá la de todos, me dice «vamos a hablar un rato a solas, si estos señores nos disculpan». 

Nos pasaron a una pequeña sala en la que estuvimos los dos ¿casi una hora! -él bebiendo café a pesar de su inminente almuerzo- hablando de Málaga, de ayuntamientos y de política. Yo me ofrecía a ir esa tarde al aeropuerto para acabar nuestra conversación, pues me daba apuro pensar en tanta gente esperando, pero él me retenía, animoso, cordial e interesado en cada tema. ¿Quién no sucumbe ante tales dotes de cortesía personal e institucional? 

Muchos años después y tras doce sin vernos -eran ya los noventa- encontré a Suárez en un acto en Madrid, homenaje de los investigadores a uno de mis maestros, el bioquímico Martín Municio. Al acabar me dirigí al ex-presidente, impulsado por el afecto que sentía hacia él y que había aumentado tras la injusta desconsideración con que le despidió una opinión pública voluble, manejable y despiadada. Me disponía a presentarme, recordándole mi nombre y mi antigua relación con él cuando, antes de que yo hablara y apretándome ambas manos, exclamó alegremente: «¿Pedro, qué placer verte! ¿Qué tal por Málaga?» Todo un alarde de memoria y amabilidad. 

Así era humanamente Adolfo Suárez. He querido recordar con admiración a quien ya no tiene esa memoria, ni tampoco otras facultades -audacia, simpatía, paciencia, decisión- que le permitieron ser un gran presidente. Lo que no ha perdido, estoy seguro, es su bondad, su sonrisa y su mirada limpia. Aunque él no lo sabe, ya está para siempre en la Historia. Y también en la memoria, mientras nos siga funcionando, de varias generaciones de españoles.

Así empezó el 'café para todos'

Por Enric Juliana
Fuente original: La Vanguardia
¿Cómo le va a usted, Suárez?, preguntó Francisco Franco al joven gobernador civil. Turrubuelo, Segovia, 4 de julio de 1968. El general se había desplazado a este pequeño pueblo castellano, a la altura de Sepúlveda, para inaugurar una modesta estación de ferrocarril de la línea Madrid-Burgos. El gobernador tuvo una rápida respuesta. Llevaba meses esperando aquel momento. Era ambicioso. Quería llegar lejos.

–No sé qué decirle, Excelencia– respondió Adolfo Suárez González con su perenne sonrisa de joven promesa del Régimen.

–¿Qué quiere decir?

–Que no sé, Excelencia, si los segovianos querrán sentirse ciudadanos de segunda clase...

Franco ni se inmutó, como era habitual en él, pero dejó escapar un breve susurro: “Venga a verme...”.

Al cabo de unas semanas, Suárez insistía ante el Generalísimo en el papel que podía tener Segovia en la descongestión de Madrid y obtenía una nota dirigida a Laureano López Rodó, a la sazón ministro comisario del II Plan de Desarrollo, para que fuese calificada como provincia de “acción especial”.

La anécdota es rigurosamente cierta y está extraída del libro 'Adolfo Suárez, ambición y destino' (Debate, 2009), del periodista Gregorio Morán, sin duda la mejor biografía que se ha escrito (en 1979, revisada posteriormente) sobre el hombre que conservaba las claves decisivas de la transición en una memoria hoy imposible de descriptar. Adolfo Suárez tuvo siempre una gran voluntad de poder. Y dispuso de una habilidad innata para captar el pálpito de un país que había dejado de pasar hambre y comenzaba a intuir horizontes de mejora.

“¡No vamos a ser menos!”. En el gobierno civil de Segovia nació la filosofía profunda del café para todos.

Fue un proceso complejo. No es verdad que la actual división de España en 17 autonomías sea fruto de una directa imposición militar, temerosa de los ecos de la Segunda República, que sólo aprobó los estatutos de Catalunya y el País Vasco y no llegó a tiempo de refrendar el de Galicia. Transmitido de generación en generación, ese tópico amenaza con desfigurar la génesis de la descentralización española, hoy sometida a una arrolladora campaña de desprestigio, con foco en el Gran Madrid, distrito federal. Ante la demagogia rampante, no está de más repasar cómo empezó todo. Y descubrir que España estuvo a punto de emprender otro camino: más atento a la tradición, más historicista, más asimétrico, quizá más prudente; menos homogeneizador. Para ello conviene establecer como primera verdad que el ejército vencedor de la guerra 1936-1939 era, ante todo y por encima de todo, partidario de mantener la tutela militar sobre el poder civil, aun aceptando una lenta democratización del país. ETA mataba casi cada semana y cualquier mención a la autonomía –una, dos, tres, o diecisiete–, provocaba malestar en los cuarteles. El café para todos fue entendido como una jugada hábil por los altos oficiales más inteligentes, pero el brebaje se calentó en otros fogones y por otros motivos. Por otras astucias.

En marzo de 1977, cuatro meses antes de las primeras elecciones democráticas, Adolfo Suárez celebró un almuerzo en Madrid con su fiel colaborador José Manuel Otero Novas, entonces jefe de la subsecretaría técnica de la Presidencia del Gobierno, y varios técnicos de la fontanería de la Moncloa. La comida tuvo lugar en el restaurante Casa Gades, propiedad del fallecido bailarín Antonio Gades, en el número 4 de la calle Conde de Xiquena, en la zona ministerial del paseo de la Castellana. Suárez –lo cuenta Morán en un perspicaz pie de página– deseaba celebrar el redactado final del primer borrador de la Restauración. El borrador constitucional que la Unión de Centro Democrático pondría sobre la mesa si lograba ganar las primeras elecciones libres. La sombra protectora de Torcuato Fernández Miranda, el estratega que ideó la ley de Reforma Política para proceder a la autodisolución de las Cortes franquistas, se paseaba por el comedor. Estaban contentos. Y en un arrebato de alegría decidieron bautizar el documento como la 'Constitución Gades'. Podían haberle llamado la 'Constitución de Torcuato', pero eran tiempos de reinvención. Antonio Gades, miembro del Partido Comunista de España, amigo íntimo de Fidel Castro y compañero sentimental de la cantante Marisol, era entonces uno de los hombres de moda en España. Era un gran bailarín.

La 'Constitución Gades' consideraba una España distribuida en dos pisos: tres estatutos de corte federativo y de distinta sustancia (Catalunya, País Vasco y Galicia) y una amplia desconcentración administrativa en el resto del país, con regiones sin potestad legislativa. Tres estatutos especiales y catorce o quince regiones sin parlamento. Una asimetría similar a la de la Constitución italiana de 1948 (cinco estatutos especiales: Sicilia, Cerdeña, Valle de Aosta, Trentino-Alto Adigio y Friuli-Venecia Julia), que a su vez se inspiró en la experiencia republicana española. Así lo explica Otero Novas en el libro 'Asalto al Estado' (Biblioteca Nueva, 2005), obra en la que este veterano político democristiano, nacido en Galicia y dos veces ministro con Suárez (Presidencia y Educación), ha querido reivindicar la existencia de un documento que al salir de la flamenca Casa Gades nunca más vio la luz.

El Rey estaba a favor de ese planteamiento, sin duda inspirado desde la lejanía por Fernández Miranda. Lo cuenta el periodista Abel Hernández en un libro de reciente aparición sobre las relaciones entre el Monarca y el primer presidente de la democracia ('Suárez y el Rey, Espasa', 2009). Cronista de 'Informaciones' y posteriormente director del diario católico Ya, amigo de Suárez y bien considerado en el entorno del Rey, Hernández ha escrito un libro amable, que en la página 126 afirma lo siguiente: “El Rey prefería que en vez de la España autonómica y el café para todos se procediera a una descentralización administrativa, una especie de mancomunidad de diputaciones, con la excepción del País Vasco y Catalunya, a los que no había más remedio que darles autonomía. Pero el monarca se plegó también en esto a la voluntad general, después de no pocos contactos con unos y con otros y largas conversaciones con el presidente, no siempre de guante blanco”.

“Excelencia, no vamos a ser menos”. Suárez, ágil y sinuoso, tenía buen olfato para el pálpito de la España desarrollista y, por si le fallaba la nariz, en 1977 –meses después de la comida en Casa Gades– nombró ministro adjunto para las Regiones a un catedrático andaluz que tampoco quería ser menos. Manuel Clavero Arévalo: el inventor de la cafetera. El profesor Clavero no formaba parte de la Empresa, nombre coloquial con el que se conocía al principal núcleo dirigente de la UCD, pero Suárez le respetaba. Había sido profesor suyo de Derecho Administrativo en la Universidad de Salamanca (también lo fue de Felipe González en Sevilla). Miquel Roca, ponente constitucional de la Minoría Catalana e introductor del término nacionalidades en el controvertido artículo dos, le asigna un papel clave en la generalización del proceso autonómico. “Con todos mis respetos para Otero Novas, debo decir en este asunto quien más influyó fue Clavero, hasta el punto de romper con la propia UCD por la cuestión de Andalucía en 1980”.

Suárez guardó la Constitución de Gades en un cajón. No quiso que la discusión girase alrededor de un texto de UCD. Quizá no podía. Su partido presentaba problemas de cohesión y el PSOE, bien asentado por las elecciones de 1977, seguramente no lo habría aceptado. Felipe González exigía una Constitución prolija y una discusión abierta. La partida se jugaba en varios tableros y Andalucía, la región más poblada de España y con mayor número de diputados en el Congreso (61 sobre 350), iba a ser decisiva.

Clavero encarnaba un regionalismo andaluz de corte pequeño burgués, muy receloso del hegemonismo industrial de Catalunya. Era llegada la hora de la igualación. “No vamos a ser menos”. Ejercía el profesor una notable influencia sobre Alejandro Rojas-Marcos (también alumno de Derecho), promotor del Partido Socialista de Andalucía (PSA), edificado al margen del PSOE y para competir con él. Una UCD de fuerte acento andaluz y el PSA eran una pinza temible para el joven núcleo sevillano que aspiraba gobernar España cuanto antes. En un momento dado, Alfonso Guerra, táctico de primer orden, tomó la decisión: el PSOE levantaba la bandera verde y blanca (la enseña de los Omeyas) y exigía la convocatoria de un referéndum para sumar la gran región del Sur al grupo de las comunidades históricas, en el marco de una Constitución finalmente muy ambigua al respecto. El proceso se escapaba de las manos de Suárez, ahora debilitado en su magmático partido. El Gobierno centrista pidió el voto negativo y perdió la consulta del 28 de febero de 1980 (con un escrutinio dudoso en Almería). Clavero Arévalo dimitió, apuntillando a UCD. El PSOE había ganado la partida. Y en España corría la voz: “¡No vamos a ser menos!”.

José Rodríguez de la Borbolla, presidente de la Junta de Andalucia entre 1984 y 1990, regionalista convencido, socialista a fuer que sevillano de vieja raigambre (nieto de un ministro de Alfonso XIII), rechaza la acusación de tacticismo: “No aceptábamos privilegios y pusimos las bases de un federalismo que España debe acabar de desarrollar”.

Con el intento de golpe de Estado vino el frenazo. La Loapa. El pacto de contención UCD-PSOE de julio de 1981. La igualación por abajo (“No vamos a ser menos”), teorizada por el catedrático Eduardo García de Enterría y Martínez-Carande, jacobino de fina pluma. Algo amortiguados los ecos del 23-F, el Tribunal Constitucional presidido por Manuel García Pelayo derogó en 1983 catorce de los 38 artículos de la ley armonizadora, sentando las bases de una igualación por arriba, plasmada en el pacto PSOE-PP de 1992 y ribeteada por dos decisiones de José María Aznar de verdadero alcance: la transferencia del tráfico a los Mossos d'Esquadra, con el consiguiente refuerzo simbólico del espacio nacional catalán, y la prórroga indefinida de la ley reguladora del concierto vasco (excepción fiscal para la eternidad). En una vida anterior, Aznar casi, casi fue confederal.

José Luis Rodríguez Zapatero prometió lo que prometió en el 2003, abriendo un nuevo y compulsivo proceso de emulación (“No vamos a ser menos”); atrapado ahora por una crisis económica cuya brutal magnitud pocos previeron. El café se está volviendo amargo y España sabe que deberá ser replanteada. ¿Constitución de Gades?