domingo, 12 de febrero de 2012

La dimisión de Adolfo Suárez alberga dudas 30 años después


  • Fuente original: La Gaceta
    El ex presidente afirmó: “No quiero que la democracia sea de nuevo un paréntesis en la Historia”. Hubo presiones militares y de la UCD. Una cena con la dirección de UCD precipitó la decisión. El ex presidente sólo habló con su mujer antes de dimitir. Suárez pidió expresamente que ese día no le maquillasen.
    Fue tal día como hoy en 1981 cuando Televisión Española, la única que entonces operaba en nuestro país, cortó la programación para anunciar un mensaje del presidente del Gobierno. Ante la pantalla, minutos antes de las ocho de la tarde, apareció Adolfo Suárez.Gesto serio, cara desencajada y algún brote de lágrima en sus ojos. Durante 10 históricos minutos se dirigió a la nación desde su despacho del Palacio de La Moncloa para anunciar: “He llegado al convencimiento de que hoy, y, en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la presidencia”.


  • El primer presidente de la democracia acaba de presentar su dimisión como jefe del Gobierno y también como presidente de la Unión de Centro Democrático (UCD) que él mismo fundó para pilotar la Transición. Su renuncia, asegurando: “No me voy por cansancio”, tratando de salvarle la cara al Rey, diciendo: “Me voy sin que nadie me lo haya pedido” y confesando: “No quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”, abrió uno de los capítulos más oscuros de la democracia que semanas después desembocó el intento de golpe de Estado del 23-F con el asalto al Congreso en pleno debate de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, su sucesor en La Moncloa.
  • El enigma

    Treinta años después de aquel discurso, nadie a las claras ha logrado descifrar a qué se refería Suárez cuando habló de “paréntesis” en la etapa democrática. La de 1981 era una España con constante ruido de sables. Acababa de abortarse la operación Galaxia –un intento de golpe que incluía la toma de La Moncloa por parte de los militares– pero en los cuarteles no faltaban quienes aún querían tambalear un sistema democrático recién nacido, al que le tocó lidiar con los ecos de la crisis del petróleo de 1973, en el que ETA pegaba fuerte contra el estamento militar, poniendo casi un muerto diario encima de la mesa y donde ya se atisbaba una inminente llegada de los socialistas al poder.
    Pocas semanas antes de su dimisión, Suárez tuvo que lidiar con la Junta de Jefes del Estado Mayor, a los que tuvo que templar y recordarles quién mandaba en España. Quienes conocen bien al ex presidente y trabajaron junto a él, siempre han guardado un respetuoso silencio sobre la motivación personal. Aquel 29 de enero de 1981 Suárez acudió por la mañana a La Zarzuela a comunicar la decisión al Rey. A continuación llamó a Gustavo Pérez Puig, realizador de televisión, hombre con el que estableció amistad en sus tiempos como director de la radiotelevisión pública, para pedirle que le enviase un equipo. Sólo su mujer, Amparo Illana, sabía en ese momento lo que iba a hacer el presidente. En su partido solo lo intuían.
    Se lo había comunicado a su esposa la noche anterior tras una tensa cena en La Moncloa con los hombres fuertes de la UCD, un partido que hacía aguas y le presionaba para que no repitiese como candidato. Uno de los que allí estuvieron fue Rodolfo Martín Villa, quien aseguró que todos salieron aquella noche con la impresión de que “Suárez no tenía conejos en la chistera, ni siquiera tenía conejos ni chistera”.
    Hoy una enfermedad ha dejado al ex presidente sin memoria y a los españoles con un enigma que aún está por resolver.